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Juan María de La Mennais: Los ojos abiertos a más vida...

Una adolescencia nada fácil

Su infancia y adolescencia no fueron nada fáciles. Pudiera parecer inicialmente lo contrario, porque es cierto que vio la luz en una cada de alta burguesía. Era el 8 de setiembre de 1780. Saint-Malo, esa ciudad amurallada que se acuna en el mar, ejerce sobre todos los que, como él, han nacido allí, una especie de impronta aventurera, de sello emprendedor. Su padre es un conocido armador de barcos, mitad mercantes, mitad corsarios. Comercia con Europa y América. Su posición es envidiable. Y acaban de concederle dos años antes del nacimiento de Juan María las cartas reales para su ingreso en la nobleza.

Y sin embargo, por encima de las primeras impresiones, infancia difícil. Porque a este cuadro familiar tan pacífico y placentero llega fracturándolo una fecha: 14 de julio de 1789. Históricamente es un acontecimiento puntual, la toma de la Bastilla, pero para todos los manuales se asocia a algo más amplio y difuso como es la Revolución Francesa. Si históricamente en aquella cárcel había sólo cuatro falsificadores, dos locos y un joven aristócrata de mala vida internado por su padre, su asalto por el pueblo tiene un valor simbólico imponente: es el poder real que muere y es el nacimiento de un nuevo estado de cosas que está emergiendo. En estas circunstancias, los ojos de Juan María se le fueron poblando de imágenes dolorosas, de llamadas urgentes, de íntimas presencias, que marcarían decisivamente su vida.

Todos se hacen – nos hacemos – por mil pequeñas influencias (la familia, la educación, el ambiente…) que van modelando y amasando los perfiles de cada uno. Y si hay algo que desde el principio sobrecoge y anonada de su vida es la capacidad de tomar decisiones firmes, duraderas, aparentemente sin esos apoyos. O mejor, como tomadas contra corriente.

Su familia

A los siete años pierde a su madre. Debió ser una mujer sensible, firmemente piadosa, cultivada y tierna. Juan María conservó siempre entre sus papeles más íntimos unas notas manuscritas de su madre. Era un comentario emocionado y hondo al “De profundis”. Su hermano Feli, dos años menor que él, mantendrá sólo en la bruma del recuerdo dos imágenes significativas: rezando el rosario y tocando el violín. Su padre, Pedro Luis, es conocido y reconocido en la ciudad y en toda la zona. Armador, comerciante, hombre práctico y cargado del más puro pragmatismo. Cierto que es hombre bueno y de principios, ciertos principios, pero el más importante es del saber acomodarse a las circunstancias, capear los temporales sabiamente. Por ello, nunca dedicó demasiado tiempo a la educación de sus hijos, absorbido como estaba con salvar los negocios en tan difíciles circunstancias. Y coqueteó abiertamente con los excesos revolucionarios. Se lee en el “Eco del Oeste”, periódico de la región en 1829 una referencia al pasado que nunca fue desmentida: “Un barco corsario llamado El Revolucionario se construyó en Saint-Malo. Este corsario que tenía por mascarón un Vengador del pueblo, con un puñal en una mano y una cabeza de un tirano en la otra, fue construido por el señor Robert de la Mennais”.

La educación.

Según la costumbre de la burguesía de la época, Juan María no fue a la escuela, sino que fue atendido por preceptores en casa. A partir de los once años es su tío Dionisio quien le orienta o, mejor, le permite y estimula la lectura de su biblioteca donde coexisten desde comentarios bíblicos a los últimos libelos anticlericales. El tío Dionisio es el hombre simpático, campechano y liberal sin muchos prejuicios. Será consejero municipal de la ciudad y con su firma se aprueban decretos que significan la expulsión de los Hermanos de la Salle, de las religiosas de las ciudad, el encarcelamiento en el castillo de 200 sacerdotes venidos de toda la provincia. Es cierto que otros consejeros, más sensibles, han dimitido pero él sólo lo hará en 1892.

El ambiente.

Una de las cosas que más intensamente vivió Juan María en sus carnes fue las profundas convulsiones religiosas. El 12 de junio de 1790 se promulga la Constitución Civil del clero. A ella se tienen que sujetar todos los sacerdotes. Y presenta puntos abiertamente en confrontación con Roma y tiene ribetes descaradamente cismáticos. A los sacerdotes que se niegan a jurarla (“refractarios”) se les van poniendo medidas cada vez más duras: desde la deportación inicial si son acusados por veinte ciudadanos hasta la guillotina bajo la acusación de dos testigos, en los tiempos del Terror. En este contexto se mueve Juan María. Sin el soporte firme y tierno de la madre, sin el apoyo de su padre, sin los valores sólidos de una educación sistemática… Tal vez son las presencias femeninas de su madre y de su tía, por efímeras que fueron, las que le orientan levemente. Cuando su tía muere – él tiene 14 años – será él quien la asista espiritualmente, y en los años más duros del Terror él ayudará al establecimiento de una Iglesia clandestina en Saint-Malo.

En estos años se le formará tal vez esa capacidad que le acompañará siempre: la capacidad de ver la vida con ojos que van más allá de la pura realidad palpable. En su adolescencia, su mirada se pobló de mil urgencias a las que luego intentaría dar respuesta sencilla y testarudamente.

Por eso en la calle Vaugirard de París, ante el obispo deportado que ahora ha vuelto y le pregunta si su decisión de ser sacerdote es seria y bien pensada, no necesita tiempo. Es algo que le ha ido germinando dentro, que le habita desde siempre y nadie ni nada le podrá arrancar.

En contra de todo lo que le rodea y ha vivido, que era pura incitación a cualquier cosa, contesta sin asomo de vacilación, como quien vive en lo absoluto: “He visto a muchos sacerdotes subir al cadalso. Me sentiría feliz de correr su misma suerte”.

Juan María, Reseña de su vida y obra - 29 de agosto de 2008 -


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