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Peregrinación Menesiana

Saint-Brieuc

Historia del lugar – Saint-Brieuc

CATEDRAL

Catedral-fortaleza (de finales del s. XII a comienzos del s.XIII). San Guillaume, obispo de Saint-Brieuc hacia 1220 fue uno de los principales artífices de su construcción. Soportará las Guerras de Sucesión de Bretaña y experimentará numerosas transformaciones a lo largo de los siglos: He ahí por qué su interés en la historia del arte bretón.

A destacar:
  • torres macizas de los siglos XIII y XIV
  • pilares de los siglos XII,XIII y XIV
  • coro del siglo XIV
  • capilla del Stmo. Sacramento y vidriera del transepto sur del s. XV
  • púlpito del s. XVIII
  • armario del órgano Renacentista
  • cenotafio-relicario de S. Guillaume
  • tumbas de Mons. Caffarelli, de Mons. de la Romagère, de Mons. Le Mée …
Residencias episcopales

Casa de trigo: En la calle Saint-Benoît, residencia de Mons. Caffarelli

Antiguo Obispado: Cerca de la catedral. Queda el pabellón de Bellescize, construido poco antes de la Revolución por Mons. de Bellescize. Fue obispado antes de la Revolución y de 1816 a 1825. De 1819 a 1825 fue residencia de Mons. de la Romagère.

Hotel del Parque: Cerca del Gobierno Civil. Fue una antigua casa señorial de campo hasta convertirse en Obispado hacia el 1825.

  • EL seminario se encontraba en el sitio actual del hotel de Postes.
  • El Colegio es hoy el Lyceo Anatole Le Braz (reconstruido en 1849)
Otros lugares de Saint-Brieuc:
  • Capilla de las Damas de Nazareth, de las que el P. Vielle fue capellán
  • Casa madre de las Hijas del Espíritu Santo, de las que Juan María fue superior eclesiástico…

Historia menesiana – Saint-Brieuc

Hijas de la Cruz:

Fundadas en 1641 por Mme. Villeneuve, animada por San Francisco de Sales. Se dedicaban a la educación cristiana de la juventud y a las obras de misericordia. No tenían ni claustro ni hábito. Fueron guiadas por S. Vicente Paul y Olier. En 1706 llegan a S. Brieuc.

Religiosas de Nuestra Señora de la Caridad (Eudistas)

De acuerdo con Cafarelli fueron a S. Brieuc y ocuparon el convento de las Hijas de la Cruz. El 23 de septiembre de 1809 adquirieron dos edificios y un terreno. En 1810 la capilla y el jardín. Se las llamaba Hermanas del Refugio. En Sermones VII.páginas2194-2201 y en 2202 ss. tenemos sermones dirigidos a ellas de Juan María. En 1818 las hermanas del Refugio se vieron obligadas a comprar una casa cuya cercanía les causaba molestias.

Necesitaban dinero para ello. Juan María se ofreció a ayudarlas y las prestó 12.000 francos. En compensación él ocupaba una parte de la casa. Aquí vivió con su sobrino Ange Blaise, aquí firmó el contrato de asociación con Deshayes y aquí estuvo el primer noviciado.

Un documento conservado en los archivos de Montbareil habla de un «contrato espiritual» entre los Hermanos y las Religiosas de Nuestra Señora de la Caridad en el que se comprometen a rezar unos por otros.

Contrato Espiritual

Hecho entre los Hermanos de la Instrucción Cristiana y las Hermanas de Nuestra Señora del Refugio Saint- Brieuc, 6 de julio de 1820)

EN NOMBRE DE JESÚS Y MARIA, unión de oraciones, fruto de la Caridad.
Entro en sociedad de bienes espirituales contigo, deseando que tú participes de las buenas obras que yo pueda hacer con la gracia de Dios, como deseo tener parte en las tuyas. Acuérdate de mí delante del Señor, en tus oraciones y sobre todo en esos felices momentos en los que por la comunión, El estará en tu corazón.
Pidamos el uno para el otro las gracias que nos son necesarias, y sobre todo la gracia de una buena muerte.
Que el último vivo rece por el primero difunto, y el primero de nosotros que muera, una vez en el paraíso, se interese por aquél que sea el último en salir de este valle de lágrimas.
Ponemos bajo la protección de los Santos Ángeles de la Guarda este contrato hecho entre nosotros.
Hno. Paul, Hermanos Guillaume, Simon, tanto por nosotros como por toda la Congregación,
Entramos en sociedad con las respetables religiosas de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio de Saint-Brieuc.
Este día 6 de julio de 1820.
Hna. Marie de St.Stanislas Glais, superiora de la Comunidad de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio de Saint-Brieuc, acepta dicha asociación para ella y su comunidad con los Hermanos.
Este día 6 de julio de 1820.”

La capilla actual está construida en el terreno de la casa del Fundador.

Residencias de Juan María

Recordemos algunas etapas de la vida del Fundador:

  • Secretario particular de Mons. Caffarelli, de marzo de 1814 a enero de 1815
  • Vicario capitular de la diócesis, de 1815 a 1819
  • Vicario General de Mons. de la Romagère, de 1819 a 1821
Plaza de San Pedro:

El Padre ha residido allí en 1814. Restauró la capilla de San Pedro y estableció allí una piadosa asociación de laicos: La Asociación de María. La capilla actual se llama de N. Sra. de la Esperanza y data de 1854. En la plaza S. Pedro fue donde echó el sermón durante unas misiones, al ver que la gente no cabía en la catedral.

Calle de Saint-Gilles:

Casa en la que vivió de 1814 a 1818 y donde se encontraría con el P. Deshayes el 10 de mayo de 1817.

Uno de sus invitados habituales aquí era Mons. de Lesquen, que en ese momento era vicario de la parroquia S. Miguel y que será luego obispo de Rennes.

Calle de Nuestra Señora:

El Padre de 1818 a 1822 se quedaba en una dependencia del convento de las Religiosas del Refugio o de Montbareil. En la capilla de N.S. del Refugio fue donde las fundadoras de la Providencia pronunciaron sus primeros compromisos la noche de Navidad de 1818. En la casa de la calle de Nuestra Señora se volvieron a encontrar Juan María y el P. Deshayes el 6 de junio de 1818 y allí firmaron la unión de las dos obras. También allí se establecerá el primer noviciado de Hermanos (noviciado que se trasladará a Josselin el 3 de agosto de 1823)

Casa de las Hijas de la Providencia:

Las Srtas. Cartel, Chaplain y Conan residirán sucesivamente en la calle Grenouillère (1817), calle Derrière-Fardel (1818), calle Quinquaine (1819) y finalmente en el lugar actual (1820).

Juan María Robert de la Mennais residió en Saint-Brieuc desde marzo de 1814 a noviembre de 1822. Volverá a menudo para visitar a sus Hijas de la Providencia y volver a encontrarse con sus viejos amigos: El Padre Vielle, Superior del Seminario y más tarde capellán de las Damas de Nazareth, el conde de Clésieux fundador del orfelinato agrícola de Saint-Ilan…
A destacar:

  • la capilla donde el Padre celebró la primera misa en 1853
  • la tumba de la Srta. Cartel

Teología menesiana – Saint-Brieuc

El baño de realidad.

Si Dios se revela en Jesús, esto implica la necesaria mediación de Jesús en este encuentro.

En el baño de realidad se realiza el encuentro entre realidad y sensibilidad espiritual. Es el momento en que el Espíritu nos descubre la relación entre la realidad necesitada de salvación y la Palabra. Al palpar la necesidad, la no coincidencia de la realidad con el designio de Dios, la Palabra, se revela, acontece y se encarna Esto suscita la súplica ardiente: «Venga tu Reino» y la respuesta a la llamada del Señor.

El Espíritu, en el contacto con la realidad provocadora nos descubre los rasgos de Cristo que estamos llamados a revelar y la Palabra que debemos encarnar en la historia. Así ha surgido la experiencia carismática. Todo carisma es Rostro de Jesús y Palabra encarnada.

Rostro de Jesús:

“Los rasgos característicos de Jesús tienen una típica y permanente visibilidad en medio del mundo y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya act& uacute;a en la historia, pero espera su plena realización en el cielo»

En cada carisma existe un deseo profundo de conformarse con Cristo para testimoniar algún aspecto de su misterio.

«Profunda preocupación por configurarse con Cristo testimoniando alguno de los aspectos de su misterio, aspecto específico llamado a encarnarse y desarrollarse en la tradición más genuina de cada Instituto»

Palabra encarnada

«El Espíritu nos ha revelado una Palabra o misterio evangélico que se ha convertido en la clave de lectura de todo el mensaje cristiano, a eso llamamos carisma, vocación especial, don del Espíritu para conseguir radicalidad, fidelidad y generosidad para nuestra vida»

«El Espíritu es el que realiza el misterio de la Vida religiosa, suscitando una lectura carismática de la Escritura «fueron haciendo una lectura carismática, fueron descubriendo aspectos desconocidos hasta ahora en la vida de Cristo que podían ser seguidos e imitados respondiendo así a los signos de los tiempos»

Para interiorizar

Sermón para las hermanas de la casa de refugio de Saint-Brieuc (10-febrero-1822)

“Stabat juxta crucem Jesu mater ejus”. (Estaba María al pie de la cruz, Jn 19, 25)

De pie, junto a la cruz en la que Jesús está atado, María comparte sus tormentos. Está herida con sus heridas, participa en sus mismas llagas, coronada con sus mismas espinas, y su alma está atravesada por la espada de dolor que el santo anciano Simeón le había predicho. Pero no es solamente la muerte de su Hijo, que ya sabe que es el rey de la gloria, lo que la entristece y la consterna llora menos por los sufrimientos de este Hijo que le es tan querido, que por la inquietud que le causan los hombres de los que ella está encargada y que son la única causa de los males que su Hijo sufre. Ella siente horror por el pecado, le odia con un odio total, pero siente al mismo tiempo una tierna conmiseración y amor por los pecadores; su corazón, como el de Jesucristo, está lleno de amargura; y como él también sometida a la voluntad del Padre celeste no desea más que la salvación del mundo.

María en este estado de angustia, a la vista de los escándalos, las prevaricaciones y vicios que hacen necesario el sacrificio de Jesucristo está llena del celo más ardiente por la conversión de los pecadores. He aquí, queridas hermanas el modelo que ustedes intentan imitar y tal es vuestra fe y vuestra caridad que si de todas estas almas pecadoras solo logran salvar una, ésta les bastaría para sentirse compensadas de los trabajos y penas de toda vuestra vida.

A qué gran perfección están llamadas. La vocación de ustedes es santa, y deben dar gracias a Dios, y ojalá pueda yo hacer conocer su excelencia y su importancia a los cristianos que me escuchan, después de haber mostrado la acción de Dios en los acontecimientos que han acompañado la fundación de vuestra orden.

Imploremos las luces del Espíritu Santo, por intercesión de esta Virgen augusta a quien honran como vuestra patrona y vuestra madre y digámosle con el ángel: «ave María», etc.

Impaciente por recoger el fruto de sus trabajos, deseoso de un éxito brillante; dándose cuenta de la fragilidad de su ser y que todo pasa y huye, el hombre desearía triunfar en un instante de los obstáculos que se oponen al cumplimiento de sus deseos, incluso de los más santos. Incluso para realizar el bien se apresura. Dios no obra así; es paciente porque es eterno; y, deseando que en sus obras aparezca solamente su mano y que lleven el sello de su gran sabiduría, camina paso a paso y no consuma sus designios más que cuando toda esperanza humana de verlos cumplidos ha desaparecido completamente. Lo saben, queridas hermanas, nuestros libros sagrados nos ofrecen un montón de ejemplos que confirman la verdad que les predico. Dios permite que Moisés, a quien ha destinado para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, sea puesto en peligro tres meses después de su nacimiento, en un cesto de juncos, entre matorrales, al borde del Nilo, lo mismo que José había sido echado al fondo de una cisterna por sus hermanos, a los que él debía salvar. Es desde estas profundidades que Dios les llama para elevarles a la cumbre de la gloria y hacer de ellos los instrumentos de su voluntad soberana. En tiempos más antiguos, cuando Dios decidió bendecir en Abraham a todas las naciones esperó, para anunciar el nacimiento de Isaac que Sara fuese estéril y que se riese de esta extraña promesa. Para establecer el cristianismo Dios sigue el mismo camino: Jesucristo ha muerto, sus apóstoles se han dispersado, abatidos, dudan de las palabras de su divino maestro; sus esperanzas están como enterradas en su tumba; pues bien, es entonces cuando Jesucristo sale del sepulcro, viene a reanimar su fe y ellos toman la firme resolución de cumplir todo lo que él les ha prescrito. Más tarde, no hay ni una obra importante y duradera que se haya realizado de otro modo en la Iglesia, ellas pasan todas a través de las pruebas más difíciles, ellas están visiblemente marcadas en su origen con el sello de la cruz. Como para incitar al mundo a emplear contra ellas todas sus fuerzas. Para que su éxito y existencia misma, a pesar de tantos obstáculos naturalmente invencibles, pruebe que la mano todopoderosa de Dios las protege y las defiende.

Estas reflexiones, queridas hermanas, les recuerdan la historia de la fundación de vuestro santo instituto. Cuando el padre Eudes, verdadero hombre de Dios, sacerdote santo y venerable, cuya vida no ha sido más que una larga y heroica entrega a todo bien, empezó a retirar del vicio a un gran número de jóvenes de la ciudad de Caén y a abrirles un asilo, cuántos gritos se elevaron contra él, cuántos medios se emplearon para pararle y desanimar su celo. Si no hubiese estado conducido más que por motivos humanos, y si Dios no le hubiese sostenido con gracias particulares contra los ataques recibidos, ¿qué hubiera hecho? ¿Qué hubiera sido de esta congregación de la que la Providencia se tendría que servir un día para santificar tantas almas y para librar del infierno tantas víctimas? Pero de todas las contradicciones que experimentó, la más grande sin duda, la más propicia para quitarle la confianza, o al menos para debilitarla fue, queridas hermanas, la separación repentina de una religiosa de la Visitación, madre Patin, que él había elegido para formar a las primeras religiosas siguiendo las máximas y el espíritu de san Francisco de Sales del que les dio las constituciones. ¿Quién no hubiera creído entonces que todo estaba perdido sin posibilidad de marcha atrás? Esta religiosa, que debía ser la maestra y el modelo, disgustada de una obra que le parecía ir a la ruina, renuncia a dirigir a las novicias, vuelve a su comunidad y abandona, parece que para siempre, el rebaño que le había sido confiado.

Hermanos, ¿quién de nosotros en tales circunstancias no se hubiese desanimado? ¡Ay!, hombres de poca fe. Olvidamos muy a menudo que nunca tenemos más razones para contar con el socorro de lo alto que cuando nos faltan los apoyos humanos. El padre Eudes tuvo mejores y más santos pensamientos. Se dirigió enseguida a la casa de Caen, con sus palabras fortificó en su vocación a las novicias, y subiendo al púlpito para inspirar los mismos sentimientos a las penitentes, cuál fue su sorpresa y su alegría, cuando reconoció en medio de ellas a su propia sobrina, de catorce años, quien por su angélica dulzura y su eminente piedad suscitaba, entre las “chicas” su confianza y su amor y se dejaban conducir por ella apaciblemente, como los niños pequeños por su madre. Rasgo admirable y tanto más hermoso cuanto que esta joven tuvo suficiente perseverancia para permanecer diez años ejerciendo estas humildes y penosas funciones antes de que se erigiese la orden de la que ella sería una piedra fundamental y uno de sus más hermosos fundamentos.

Bendita sea en el templo de Dios y en presencia de los ángeles que rodean el trono del cordero. Bendita sea esta hija celeste, quien a ejemplo de Abraham, el padre de los creyentes, esperó contra toda esperanza. Cómo me gusta verla entrar tranquilamente en la noche de la pura fe, sin preocupación por el mañana, sin querer conocer los secretos del porvenir, descansando sólo en Dios, depositando en su seno las inquietudes que parecen legítimas y adorando sin comprenderles los designios escondidos de Dios sobre ella.

Por fin se manifestaron estos designios. Habiendo caído enferma la hermana Patin hizo voto de entrar en la casa del refugio y enseguida fue milagrosamente curada. El padre Eudes salió para Roma y obtuvo del papa Alejandro VII una bula de autorización y desde esta época dichosa, su congregación ha recibido de los soberanos pontífices, de los obispos y de las ciudades donde ha fundado casas signos de estima y de reconocimiento.

Y ¿cómo podría uno amar la religión, buscar su gloria y no reconocer los servicios que ustedes le hacen? ¿Quién no admiraría una institución cuyo primer voto es el de hacer el bien y cuya primera y única recompensa es también hacer el bien? ¿Quién no se enternecerá hasta el fondo del alma al ver a vírgenes tan santas y puras consagrarse al servicio de todo lo que hay de más débil, de más repugnante y de más inmundo?

Pero no es el elogio de ustedes el que yo quiero hacer, sino el de la religión de Jesucristo, que abraza a todos los hombres en su caridad como el sol les abraza en su luz. Lo mismo que el rey del Evangelio, la religión llama al banquete divino de su consuelo a los pobres, ciegos, cojos, … y el más querido para ella es el más infortunado. Entre sus discípulos, la religión escoge a aquellos que están más profundamente penetrados de su espíritu y distribuye en cierto modo entre ellos todas las miserias humanas para endulzarlas y aliviarlas. Ustedes, hermanas, en esta magnífica distribución de los tesoros del hijo de Dios han recibido como parte el cuidado de educar a los niños, de formarles tanto en la virtud como en la piedad, y las familias conocen con que tierno cuidado les cuidan. Pero no sólo con ellos ejercen vuestra piadosa solicitud; a ejemplo del buen pastor conducen al redil a las ovejas perdidas y acogiendo su arrepentimiento con una indulgencia maternal unen a la prudencia los consejos que les animan y la bondad que les consuela.

Queridas hermanas, quizá no aprecian suficientemente una tal entrega; quizá ponen por encima de ellas a esas hermanas que cada día entran en una pobre cabaña para socorrer y ayudar a los pobres, a esas generosas hospitalarias que a expensas de su reposo y de su vida asisten en su lecho de dolor a los enfermos y moribundos. No quisiera fijar rangos entre estos ángeles de misericordia que cumplen todas con la misma fidelidad y el mismo desinterés y el mismo celo su sublime misión; si hubiese entre ellas lugares de honor, cada una sería feliz en ser nombrada la última y humillándose se creería incluso indigna de ocuparlo. Sin embargo permítanme que les pregunte: ¿hay menos méritos en cuidar las plagas del alma que las del cuerpo? ¿Hace falta menos valor para curar la lepra del vicio, y sus ardientes llagas que devoran las conciencias, que para inclinarse sobre las heridas de un enfermo y ofrecerle los cuidados más repugnantes? ¿Qué es una casa de refugio sino un gran hospital en el que se recogen y se refugian las almas enfermas donde se las salva cambiando sus malas disposiciones en un santo deseo de la virtud y de la justicia y donde por fin, no como en otras partes, se les ofrece no esta vida miserable que debe acabar enseguida sino una vida inmortal de la que serían, de otro modo, privados para siempre?

Sin duda hermanas, no se consigue siempre ponerlas al abrigo de la recaída, pero ¿la gloria de un hábil médico se oscurece si después de sacar de las puertas de la tumba a un hombre cuya curación parecía imposible, este hombre por culpa suya y por su negligencia en seguir el tratamiento prescrito recae y muere? Esos franceses de los cuales Europa entera admira su sublime entrega, esos médicos heroicos que hace pocos meses se han encerrado en una ciudad extranjera destruida por la peste, ¿son menos dignos de nuestra estima y de nuestras alabanzas a causa de que su ciencia ha sido vencida y no han podido parar los progresos del contagio? ¿Quiere decirse que no hay obras útiles en el orden de la salvación más que aquellas cuyo éxito es completo? Entonces hermanos, hay que quitar de estas obras nuestro santo ministerio, porque también nosotros trabajamos a menudo en vano y también nosotros nos encontramos con pecadores que empujados por sus remordimientos vienen a llorar sus crímenes a nuestros pies y que al día siguiente vuelven a caer en los mismos desórdenes. Estos pecadores cuya ligereza e inconstancia nos molesta, ¿quiénes son? Son ustedes mismos. Odio esa extraña severidad con la que se rechaza la debilidad que tiene necesidad de apoyo y de ser animada. Me molestan los hombres que creyéndose aparentemente impecables parecen complacerse en deshonrar el arrepentimiento y condenan con orgullo esa especie de obstinación que pone la caridad por seguir al alma infiel por esos caminos torcidos en los que se pierde.

Hermanas, ustedes no hacen así; instruidas en las escuela de Jesucristo, revestidas de sus entrañas de misericordia, conocen el precio de las almas y nada les parece demasiado cuando se trata de salvarlas. Jesucristo ha derramado su sangre y a ustedes hermanas ningún sacrificio les parece demasiado penoso para hacerlas participar en este inmenso beneficio de la redención. En días pasados hemos visto vuestros lamentos por no poder serles más útiles y con qué prontitud han vuelto a tomar las cadenas gloriosas que les atan al servicio de estas personas, tanto más desgraciadas cuanto más culpables son. Seguras de vuestro valor y del socorro de Dios, enriquecidas con las privaciones que se imponen, se han propuesto levantar en medio de nosotros las ruinas de una institución que otras ciudades desearían tener. Hermanas, no digo más, la santidad del lugar en el que hablo, la dignidad de mi ministerio me obligan a cubrir con un velo el gran bien que hacen y los servicios que ofrecen a las familias. Me callo; no, Dios no quiere que los hombres conozcan las obras que solo él puede recompensar dignamente.


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Galería de fotos

Juan María, Peregrinación Menesiana - 1 de julio de 2008 -


“Poco importa donde se haga el bien con tal de que se haga; no debemos desear más que eso.” (11.32)

Colegio Cardenal Copello
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