“Vengan, pues, junto a la cuna, para conocer sus deberes, de la boca misma de Jesús. Vengan con confianza: Él mismo ha dicho que amaba a los niños y que había que dejarlos acercarse a Él.
Pero, ¿cómo presentarse a Él con las manos vacías? ¿No tienen nada que ofrecerle? Denle su corazón, por más miserable que sea, Él se los pide: “¡Hijo mío, dame tu corazón!” (…) Pone a sus pies el espíritu de indocilidad y de orgullo, el espíritu de envidia y de disipación; y Él, como recambio les dará su espíritu de docilidad, de humildad, de sencillez, de obediencia; como Él, crecerán cada día en ciencia y en sabiduría; y este Niño divino que ha nacido para salvar al mundo será también salvación para ustedes.
Y yo, el último llegado, me ofreceré a mí mismo a Él, en unión con ustedes. (…) Le diré: “¡Oh buen Jesús, divino Pastor, que velas con una solicitud tan tierna por el rebaño que has elegido, dígnate mirar con piedad estas jóvenes y débiles ovejas que has puesto bajo mi custodia y que vienen conmigo a implorar tu asistencia.
¡Divino Niño!, que naces para salvar al mundo, sé nuestra salvación; que nuestro corazón te sirva de cuna; dígnate nacer de nuevo en él; ¡no encontrarás en él, como en tu cuna, más que un poco de paja! Y ya que somos hermanos y miembros tuyos, pues por tu encarnación nos has elevado a un tal grado de gloria, protégenos, pues…
¡Guíanos!”
Juan María de la Mennais
Noticias - 23 de diciembre de 2011 -
“Que el amor fraterno reine entre todos los miembros de la misma comunidad.” (Regla de 1835)
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