Muy queridos hermanos y laicos de la Provincia de la Inmaculada: En estas fiestas tan entrañables deseo teneros presentes en mi corazón y en mi oración. Deseo que el Rocío divino que desciende de lo alto fecunde nuestras vidas y a toda la Familia Menesiana. Como diría Juan María: Gloria a Dios en las alturas y paz a vosotros que sois hombres y mujeres de buena voluntad.
La Palabra hecha carne nos dice: “Estoy a la puerta y llamo”. El Niño Dios, el Príncipe de la Paz está a nuestra puerta y llama. Quiere que abramos nuestra posada y que le acojamos en el humilde pesebre de nuestro corazón. El no habita en palacios, prefiere las moradas de los pobres de corazón. El no exige, no se impone, llama a la puerta y espera la respuesta de nuestra libertad.
Ojalá que, nosotros, nuestras comunidades, nuestras familias, no seamos como los habitantes de Belem que no tenían sitio para Él. “Le acostó en un pesebre por no haber sitio para ellos en el mesón” (Lc. 2, 7)
Que el Señor nos dé la gracia de acoger al Hijo para llegar a ser sus hijos. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron les dio poder de ser hijos de Dios” (Jn 1, 11-12).
Jesús nos trae el don de la paz. Un don que tanto necesitamos personalmente, comunitariamente, familiarmente, socialmente. Jesús, el abrazo total de Dios y el hombre es la fuente de nuestra paz. Una paz que como dice Juan María es el don supremo que podemos desear: “El nos ha dado su paz, don magnífico que encierra todos los otros dones, todas las bendiciones, todas las alegrías, todos los consuelos y todas las gracias” (Juan María).
Que al abrir nuestra posada al Niño la paz inunde nuestro corazón y seamos así sembradores de paz en medio de todas las personas que nos rodean.
“¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: «Ya reina tu Dios!» (Is. 52, 7).
Reciban todos un muy fraterno y cariñoso abrazo.
Noticias - 22 de diciembre de 2010 - H. Miguel A. Merino
“Que cada uno se sienta feliz con la alegría de los demás y sufra con sus penas.” (Regla de 1835)
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